DEXTER GORDON: THOSE WERE THE DAYS...
Hay algo fascinante en la vida de aquellos músicos de jazz
norteamericanos que tuvieron que emigrar a Europa huyendo del olvido, del
doloroso desden de sus propios compatriotas. Dexter Gordon es el paradigma de
ese fenómeno. Porque su camino por estas
tierras tiene algo de paseo triunfal y de calvario, de gloria y de miseria, de
impostada alegría, de nostalgia. Una existencia nocturna que se desenvuelve en
la cálida atmósfera de los clubes de jazz europeos, garitos inmundos algunos,
hogar de estos olvidados, y también de nuestros corazones. Mientras hiela en
las solitarias calles de Copenhague o Estocolmo, en el interior del club reina
el aroma a humo de tabaco, a whisky y ambientador barato. El sonido de la banda
es algo denso casi tangible. En el escenario un blues que no se acaba nunca,
una caña que se rompe de tanto morder. Es la voz de Dexter profunda, insondable
recitando las primeras frases de la balada que va a interpretar. Algo eléctrico
flota ya en el ambiente. La gente lo percibe y se emociona incluso antes de que
suene la primera nota. Sin duda será la balada más bella del mundo.
Es esa gente
apiñada en el atiborrado local. Un auditorio un éxtasis intentando olvidar que
mañana el mundo seguirá girando implacable y sus vidas se deslizarán sin remedio grises y
prosaicas. Pero esa noche todos están con Dexter, adorándole, amándole, dejándose
arrastrar en esa corriente hiptnótica, en esa interminable improvisación que detiene
el mundo y exorciza la frustración, la angustía o la añoranza.
Y ahora que Dexter ya no está con nosotros a menudo tampoco
yo puedo evitar regresar a ese cálido garito de aquella vieja calleja olvidada y
dar las gracias a ese gigantón por ayudarnos a olvidar que ahí fuera hay un
mundo frío y solitario y que mañana seguirá girando implacable como el vinilo que
ahora suena en el plato del viejo estéreo. Es Dexter Gordon. Those were the
days, my friend...
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